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Hoy me siento...

Observando diversas situaciones que se viven en mi familia con respecto a los jóvenes y que me imagino también se dan en muchas otras, mi esposo y yo simplemente confirmamos lo que él escucho en su clase de Teología en días pasados: "A los jóvenes de hoy ya no les gusta pensar, su vida se rige totalmente por sentimientos".

Y es que no se trata de evitar sentir ni mucho menos expresarlo pero hasta que punto es sano para ellos "vivir en base a emociones", pues tan malo es dejarle todo al corazón como a la razón.

Debe haber un equilibrio y como no lo hay vemos a nuestros hijos desorientados, viviendo el momento, sumergidos en lo que me complace y me es cómodo; trayendo a casa malas notas, desinterés por el estudio, desertando; cambiando de una carrera profesional a otra; convirtiéndose en padres a temprana edad; llevar relaciones amorosas conflictivas.

Hoy los padres ya no podemos hacerles más de tres preguntas a nuestros hijos jóvenes por que se bloquean, se sienten presionados, estresados y hasta acosados; creen que queremos controlarlos, entonces se ofenden y hasta se molestan; total que ganaron las emociones y el muchacho no uso su razonamiento una vez más.

Desde luego que el ambiente en el que se desenvuelven fortalece esa conducta, todo lo que es importante para ellos lo tienen a su alcance sin mayor esfuerzo; por otro lado, las redes sociales han contribuido a que el pensar se deje a un lado pues son la plataforma perfecta para dar rienda suelta a los sentimientos, la frase de "me siento" lo ejemplifica.

En esta vida de "me siento" un correctivo o un regaño en lugar de ponerlos a meditar el "¿por qué?" (usar la razón) lo toman como pretexto para decir "me siento rechazado". El entorno, las relaciones, los amigos, los padres, todo sirve para ellos únicamente si los hacen sentir bien. Si no es así, son despreciados y desechados. No entienden que lo que realmente importa es buscar la verdadera paz para ellos y para todos los demás.

Para ellos proyectarse un futuro real y trabajar por el no está en su programa del día; lo pasan medio estudiando o trabajando pero poniéndole todas la ganas posibles a una serie de distractores que no les ayudan a ubicarse, a trazarse objetivos para lograr metas que les ayuden a desenvolverse en un mundo donde no siempre estarán sus padres para apapacharlos y resolverles sus problemas, porque simplemente ellos no tienen el hábito de razonar para darles solución.

Con todos esos detalles que observamos tanto en nuestros hijos como en nosotros mismos como padres; en nuestra manera de actuar e interactuar como familia es que nos vamos dado cuenta de aquellas cosas que tenemos que cambiar y otras que mejorar; y sin lugar a dudas, entre las urgentes es cambiar la dirección en la educación que les estamos dando a nuestros muchachos.

Debemos ponerlos a trabajar con nuevos y continuos retos, sencillos a más complicados; aplicados a su vida diaria; en la escuela, con sus relaciones sociales, en su vida profesional; como se diría coloquialmente poner a trabajar ese chicharito que seguramente tiene mucho potencial pero como todo aquello que no se usa se puede echar a perder.

No eduquemos hijos dominados por sus sentimientos y que se desmoronan ante situaciones simples, enseñémosles a tener un equilibrio de aquello que conviene con aquello que desean.

Hay que enseñarles a nuestros hijos a pensar, a que un problema, una ruptura, un desaire, no son el fin del mundo. Que cada problema deja de ser problema cuando lo convertimos en un desafio del que podemos salir victoriosos y entonces si, sentirnos bien.

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